viernes, 12 de marzo de 2010

LAS VÍCTIMAS DEL DESTRIPADOR




Lo que todas ellas tenían en común




Los estudiosos del caso no se ponen de acuerdo sobre el número exacto de las víctimas de Jack el Destripador. Lo cierto es que el número es lo de menos, lo que realmente debería importarnos son las muchas coincidencias que hay entre ellas.

Salvo la última, todas eran mujeres con los cuarenta años ya bien cumplidos, prostitutas alcoholizadas, de las muchas que poblaban el humilde barrio de Whitechapel.


La única joven, la única que estaba embarazada, la única que apareció muerta en el interior de una vivienda, fue precisamente la última. Tras este caso tan diferente, los asesinatos concluyeron ¿Por qué? ¿Sería acaso que éste era el que justificaba todos los anteriores?
Aunque  antes de que apareciera muerta Mary Ann Nichols, su primera víctima, hubo un par de asesinatos de características muy similares, parece estar claro que fueron obra de delincuentes comunes que, a lo sumo, inspiraron al famoso Jack.

¿Quién hay tras este evidente pseudónimo? El doctor George B. Phillips, que llevó a cabo la mayor parte de las autopsias, al declarar en el juicio que siguío al asesinato de Annie Chapman, aseguró: "fue obra de un experto, al menos de alguien que tenía suficientes conocimientos de exámenes anatómicos o patológicos para poder sacar los órganos pélvicos con un solo corte de cuchillo."


Esto, unido al extraño comportamiento del jefe de la policía metropolitana de Londres, sir Charles Warren, que se ocupaba unas veces de borrar pruebas, otras de ir personalmente al depósito de cadáveres, para ordenar que lavaran el cuerpo antes de que llegara el doctor Phillips para hacer la autopsia, hizo que se dirigieran las miradas de muchos hacia sir William Gull, el médico de la reina Victoria, a pesar de que se tratara de un hombre de 72 años, convaleciente aún de un ataque de aplopejía.


Cada víctima aparecía más brutalmente agredida, comportamiento natural en un psicópata que, con cada actuación parecía hacerse más sanguinario, pero también podemos pensar en una estratagema bien planeada, cuyo fin no era otro que  preparar a la sociedad londinense para que cuando, en casa de Mary Jane Kelly, apareciera una mujer con el rostro y el cuerpo totalmente desfigurado, a nadie le sorprendiera demasiado, ya sabían ellos que un desalmado se estaba cebando en la capa más desfavorecida de la ciudad.


¿Fueron Mary Ann Nichols, Annie Chapman y Catherine Eddowes víctimas de un psicópata, o parte de un siniestro plan, friamente trazado en un lujoso despacho? ¿Sabían algo comprometido para algún alto personaje, y se habían atrevido a chantajearle? Es posible, pero muy improbable.


¿Era Mary Jane Kelly la mujer que apareció muerta en su vivienda el 9 de noviembre, o simplemente había prestado su casa para que allí se cometiera el último asesinato? Es difícil creer que fuera ella la joven que acababa de aparecer descuartizada, cuando poco antes estuvo charlando con una vecina. Más razonable parece pensar que fuera cómplice de todo lo ocurrido.


¿Se fue de la lengua Mary Kelly, en alguna de sus frecuentes borracheras, y le hizo peligrosas confidencias a sus amigas? Tal vez, pero no es descartable que aquellas mujeres fueran elegidas al azar, sin más motivo que el de utilizarlas como cortina de humo, necesaria para desviar la atención, para crear confusión y para que a nadie le sorprendiera demasiado que el 9 de noviembre, precisamente cuando el Principe de Gales celebraba su fiesta de cumpleaños lejos de Londres, una mujer joven y embarazada apareciera con el rostro  y el cuerpo totalmente destrozado, en una humilde vivienda de Whitechapel.

jueves, 4 de marzo de 2010

LOS CÓMPLICES DE JACK EL DESTRIPADOR



¿Fue sir William Gull el Destripador, o sólo su cómplice?



El 8 de septiembre de 1888, cuando el reloj de la iglesia más cercana marcaba las 6 de la mañana, John Davis, un humilde carretero que vivía en el 29 de la calle Hanbury, abandonó su casa, para dirigirse a su trabajo. No se fue directamente, sino que entró un momento al patio común de edificio, y allí se encontró con un espectáculo dantesco. Una mujer yacía estrangulada y degollada. Sus faldas alzadas mostraban su vientre desgarrado, del cual habían extraído útero, ovarios, vejiga, intestinos... para esparcirlos alocadamente en torno a la víctima.


No contento con tales destrozos, el asesino se entretuvo en arrancar los anillos de sus dedos, rebuscar en sus bolsillos, sacando todo lo que en ellos había, para acabar esparciendo igualmente todo por el suelo.


Mr. Davis salió inmediatamente a pedir ayuda, y pronto el lugar se convirtió en un hervidero de curiosos y agentes del orden.


Uno de los primeros en acudir fue Mr. Cadosh, que vivía en el 27 de dicha calle, cuyo patio compartía un muro con aquél en el que acababa de aparecer la mujer asesinada. Aseguraba haberse levantado pasadas las cinco, y haber estado en el patio de su casa alrededor de las cinco y media, sin haber escuchado absolutamente nada, salvo un pequeño grito de mujer, un simple "NO", al que siguió un golpe, dado sobre la valla que ambos patios compartían. Nada que llamara excesivamente su atención.

Más tarde apareció otra testigo. Se trataba de Elizabeth Long, quien regentaba un puesto de frutas y verduras en el cercano mercado de Spitalfields, la cual, como cada día, había salido de casa alrededor de las cinco y media. Al pasar junto a la puerta del 29 de Hanbury, se cruzó con una pareja, ambos desconocidos para ella. El caballero le estaba preguntando a la mujer que lo acompañaba: "¿Lo harás?".A lo que la mujer respondió afirmativamente.

En media hora, el tristemente famoso Destripador había degollado a Annie Chapman, que así se llamaba la víctima, cometiendo todo tipo de tropelías con su cuerpo. Más aún, tuvo incluso tiempo de escapar sin dejar huella alguna, ni siquiera una pisada ensangrentada que hubiera podido dar a los policías la menor pista de la envergadura física del culpable.

El 10 de septiembre se celebró el juicio, para esclarecer lo ocurrido. Ante el juez WHynne Baxter, el doctor Phillips, quien llevó a cabo la autopsia afirmó:


"Obviamente fue obra de un experto o, al menos de alguien que tenía suficientes conocimientos de exámenes anatómicos o patológicos para poder sacar los órganos pélvicos con un solo corte de cuchillo...   Semejantes mutilaciones, hechas con cuidado y profesionalidad, yo no habría tardado en hacerlas menos de una hora..."


¿Pudo hacer todo ello un solo hombre, en un oscuro patio, en menos de media hora?


Las sospechas de todos recayeron sobre un experto cirujano, pero no sólo podría tratarse de un gran profesional, tenía que ser alguien bien acompañado, y bien protegido. De lo contrario, ¿cómo se explicaría que el jefe de la policía metropolitana acudiera inmediatamente al depósito de cadáveres, a ordenar que lavaran el cuerpo de la víctima antes de que el doctor Phillips llegara, y procediera a hacer la autopsia?

¿Quién sino sir William Gull unía la condición de magnífico profesional, y hombre de confianza de la reina Victoria y de su hijo, el Príncipe de Gales