Cuando, en el otoño de 1888, la ciudad de Londres viera cómo un brutal y sanguinario perturbado mental atacaba a indefensas mujeres, la policía metropolitana, y sobre todo Scotland Yard, no pasaba por sus mejores momentos.

Jack no existió, todo fue un complot dirigido desde Buckigham Palace
El crimen de Estado tiene una ventaja: se enmascara fácilmente como servicio a la patria, lo cual suena muy bien, pero es sólo una coartada más, como la que usa cualquier delincuente común. La diferencia está en que a éste de poco le van a servir sus intentos de librarse de pagar por sus delitos.
Cuando el que delinque es una autoridad, las posibilidades de que triunfe la justicia son casi nulas. Cuando un asesinato lo ordena un poderoso, ni hay investigación, ni hay quien se atreva a exigir que se haga justicia. Si alguien pretende saltarse este principio inviolable, arriesga inútilmente su propia vida.
Aún hay más. Con frecuencia el número de víctimas se multiplica puesto que, una vez cometido el delito, hay que buscar a quién colocarle el muerto, a quién hacerle pagar la culpa que no tiene, para acallar las voces de los que piden justicia.
¿Cuántos crímenes de Estado se han cometido a lo largo de la historia? Incalculables. Y eso es algo que todos sabemos.
Pero de 1888, en Londres, se cometieron unos -somos muchos los que consideramos que eso es lo que fueron- a los que se consiguió dar una apariencia de "anormal normalidad" realmente espectacular. Nació una leyenda, que ha inspirado a psicópatas, a literatos, a guionistas de cine. Toda una obra de arte del despiste internacional.
Nos vamos olvidando de otros crímenes más recientes, más crueles, más transcendentes para la historia de la humanidad, incluido el del mismísimo JFK. Sin embargo, cientos de miles de personas, a lo largo de todo el mundo, se sigue preguntando: "¿Quién sería Jack el Destripador?" o "¿Cómo es posible que cometiera sus asesinatos en plena vía pública, y nadie lo viera?" "¿Cómo se explica que no dejara al menos algún rastro, una simple huella o una pisada manchada de sangre?"
Más difícil todavía: "¿En qué cabeza cabe que, haciéndoles a sus víctimas unos desgarramientos tan brutales, apenas quedara un pequeño charco de sangre en el pavimento de la calle?"
El cómo y el porqué sigue siendo un misterio, al que cada poco tiempo aparece alguien diciendo que puede darle respuesta. Alguna de tales respuestas más me parecen a mí intentos orquestados por las propias autoridades policiales británicas para que el asunto se dé definitivamente por solucionado.
Cada intento por dar la clave que resuelva el misterio que envuelve al "supuesto Jack", sólo sirve para incrementar el atractivo de su leyenda.
¿Existió de verdad un psicópata que asesinaba prostitutas por fanatismo, o por el puro placer de matar? ¿Se trataba de un cirujano, magistralmente diestro en el manejo del bisturí, o de un vulgar matarife? ¿Las cartas que se recibían en los diarios eran auténticas, o las escribían los propios reporteros para aumentar las ventas de sus periódicos? ¿Protegía Scotland Yard a un personaje cercano a la mismísima reina Víctoria?
Tal vez sea pretencioso por mi parte creerme en posesión de la verdad. Máxime teniendo en cuenta los muchos años que nos separan de los hechos tratados. Pero sí que puedo presumir de haber estudiado el caso en profundidad, y de tener una visión del tema bastante completa, así como una respuesta original, que algún día quisiera publicar en forma de novela.
Mientras tanto, y perdonad mi atrevimiento, todo aquél que le interese conocer mi opinión al respecto, está invitado a visitar mi blog. Espero que, aunque no comparta mis teorías, pase al menos un rato entretenido con su lectura.
Sería maravilloso, con tal de que fuera el resultado de una reconciliación; si hubiera venido precedida de una cascada de sinceras condolencias, por parte de líderes religiosos y autoridades civiles del mundo islámico.
Sería maravilloso, repito, que en plena Zona Cero de N.Y. pudieran alzarse juntos diversos templos, que representaran a todas las creencias, particularmente aquéllas a las que pertenecían las víctimas; que pudieran estar juntas una mezquita y una sinagoga, un templo católico y otro luterano... Compartiendo todos ellos un mismo edificio, con multitud de zonas comunes.
Desgraciadamente, eso no es lo que se está planteando. Tampoco han recibido los familiares de las víctimas las condolencias que se merecen. Por ello, es razonable que vean en el proyecto una provocación y un desprecio a su dolor.
Algo similar opino yo que ocurre con esa genial idea del Presidente Zapatero, bautizada con el pomposo nombre de "Alianza de Civilizaciones", que tanto dinero nos está costando a todos los españoles, justo cuando nos encontramos sufriendo una durísima crisis económica.
Mientras que nuestro Gobierno recorta el sueldo de los funcionarios, nos sube los impuestos, reduce las prestaciones sociales, congela las pensiones y paraliza la inversión en obra pública -la cual, al tiempo que mejora las infraestructuras del país, tantos puestos de trabajo crea, precisamente cuando rozamos el 20% de parados- no recorta ni un céntimo la aportación de España a la faraónica ocurrencia del Presidente Zapatero, quien parece que se ha propuesto ganar el Nobel de la Paz, sin preguntarnos a los españoles si estamos dispuestos a correr con el gasto.
Dije que se trataba de una "genial idea", y es cierto que me lo parece. El problema está en que, tanto quien promovió tal idea, como todos aquéllos que se han adherido a ella, no han tenido en cuenta que, cuando se quiere levantar un gran edificio, primero se han de socavar unos profundos cimientos.
Por profundos cimientos entiendo yo dos cosas. La primera de ellas es que ambos colectivos estén convencidos de la necesidad de tal alianza. La segunda, que se sientan dignamente representados por quien tiene que hablar en su nombre y defender sus legítimos derechos.
En cuanto a lo primero, mucho me temo que la inmensa mayoría de los creyentes de una y otra religión no sienten la necesidad de entablar un diálogo con el otro colectivo, porque considera que poco o nada tienen que aprender de ellos.
Circunstancia que se agrava por la crisis que ambas partes están sufriendo. Mientras el mundo islámico está viviendo un momento de particular beligerancia, con la expansión de un integrismo muy radical, que afecta de manera especial a su juventud, aquéllos en cuyas manos está el futuro de su propia civilización; el occidente cristiano sufre una crisis de valores, que convierte a sus jóvenes en unos hedonistas, faltos de ideales.
Así, mientras que una de las partes que deberían sentarse a dialogar se radicaliza en sus posiciones, olvidándose de los valores culturales de su civilización, hasta caer en el embrutecimiento, la otra está cada vez más debilitada. Occidente puede decir, sin faltar a la verdad, que tiene una juventud narcotizada, que sólo piensa en sexo, drogas y rock-and-roll.
Hablemos ahora de la idoneidad de quienes pretenden representarnos.
Como no soy musulmana, no puedo juzgar si el Islam está bien representado en esa mesa de diálogo. Pero como cristiana sí puedo opinar, y considero disparatado que hable en nuestro nombre quien dirige un Gobierno que se esmera en remarcar su alergia a todo lo que signifique fe o cultura y tradiciones cristianas.
Yo no le exijo al señor Zapatero que sea un buen cristiano -eso no es problema mío- ni siquiera que deje de someter a la Iglesia Católica a la continua laceración a la que la somete día a día. Me consta que se trata de una estrategia electoralista, que le dio buen resultado en su primera legislatura, cuando consiguió exasperar a la oposición parlamentaria, a la que pudo después tachar de retrógrada y rancia. Estrategia que, al no conseguir esta vez la misma reacción por parte de la oposición, no hace más que aplicarla con mayor ahinco y dureza, hasta caer en el ridículo.
Yo me limito a pedirle que no juegue con el dinero de nuestros impuestos, que no vaya pavoneándose por medio mundo jugando a ser el gran pacificador, cuando en casa se esfuerza cada día en remover las cenizas de conflictos y guerras ya superados.
Difícilmente podemos creer que tal Alianza de Civilizaciones será eficaz, si quien debiera representar y defender los valores del occidente cristiano da constantes muestras de desprecio hacia ellos. Así tenemos que ver cómo usa nuestro erario y toma un avión para recorrer miles de kilómetros con la única finalidad de celebrar la cena de fin del Ramadán con el Presidente de Turquía, pero no es capaz de trasladarse en coche unos cuantos kilómetros, para celebrar con los suyos una Pascua en la catedral de Madrid, o una procesión del Corpus en Toledo.
Si nadie me va a representar dignamente, por lo que a mí respecta, que se ahorren todo el gasto inútil. Sugiero que la parte proporcional que me corresponde, me la ingresen en mi cuenta bancaria, que ya me encargaré yo de llevarme lo mejor posible con mis vecinos de otras culturas y religiones, por la cuenta que me tiene.
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