martes, 25 de mayo de 2010

EL JUICIO DE MARY KELLY



Un juicio plagado de irregularidades


En aquel otoño sangriento de 1888, el juez Wynne E. Baxter tuvo más trabajo de lo habitual. En su distrito -Whitechapel- se estaban cometiendo unos crueles asesinatos a mujeres indefensas, sin que la policía fuera capaz, no ya de capturar al culpable, sino que ni siquiera conseguía hacerse con la más insignificante huella, que les llevara hasta él.


El juez Baxter, al igual que el doctor George Phillips, que se encargó de casi todas las autopsias, hacía bien su trabajo. El doctor presentaba en cada una de las audiencias una descripción tan minuciosa de cuanto él era capaz de descubrir en el cadáver de las víctimas, que facilitaba el trabajo de mister Wynne Baxter, por mucho que, a la hora de la verdad, de poco sirviera tan minuciosa descripción del doctor, y tanta profesionalidad por parte del juez.


El 26 de septiembre se celebró el juicio para determinar la causa de la muerte de Annie Chapman. George Phillips fue llamado a testificar, y fue tan claro y contundente como tenía por norma, afirmando: "Todo fue obra de un experto que tenía suficientes conocimientos anatómicos o patológicos para poder sacar los órganos pélvicos con un solo corte de cuchillo... semejantes mutilaciones, hechas con cuidado y profesionalidad, yo no habría tardado en hacerlas menos de una hora". 


Tras oír al doctor, la sentencia de mister Baxter no podía ser otra: "las heridas fueron realizadas por alguien que tenía considerable destreza y conocimientos anatómicos. No hubo ningún corte inútil...Debió de ser alguien acostumbrado a las salas de autopsías..."


Tal era la forma de trabajar del celoso juez, al cual le correspondía igualmente dirigir el último y fundamental de los juicio, el que debía celebrarse para analizar lo ocurrido en casa de Mary Jane Kelly.

¿Molestaba a alguien tanta escrupulosidad como mostraba mister Wynne Baxter a la hora de hacer su trabajo? ¿Habría que evitar su intervención en el caso de Mary Jane Kelly?


Sólo hay algo seguro, el cuerpo de la difunta no fue llevado al depósito de cadáveres de Whitechapel, como debería haberse procedido, sino al de Shoredich por lo que tal juicio se celebró el lunes 12 de noviembre en el ayuntamiento de dicho distrito, presidido por un juez distinto al que, por lógica, le hubiera correspondido, el mismo que dio muestras de independencia y sinceridad en los casos anteriores.

Los miembros del jurado protestaron porque no entendían qué hacían ellos allí, obligados a abandonar sus cotidianas obligaciones, para intervenir en un caso ocurrido en otro distrito. Mr. Macdonald, el juez, les trató con displicencia, afirmando que pertenecía a aquel distrito, porque allí es donde yacía el cadáver. Efectívamente, así era, pero ¿por qué? ¿qué motivo hubo para llevarle a un distrito diferente? El pueblo llano no suele hacer tales preguntas, por lo que sin dar mas explicaciónes, empezó una audiencia que duró una sola mañana, durante la cual los miembros del jurado fueron paseados por media ciudad: del ayuntamiento al depósito de cadáveres, a ver un cuerpo destrozado, que curiosamente no se dejó ver ni reconocer a los familiares de la "supuesta víctima". Desde allí se les condujo  a la casa de Mary Kelly y de nuevo al ayuntamiento de Shoredich, donde tendrían que escuchar un buen número de testimonios.


Intervino en primer lugar el ex novio de Mary, cuyo testimonio duró más de media hora, sin aportar nada de importancia. Después fueron desfilando diversas vecinas, que comentaron infinidad de detalles de las últimas horas de la joven.


Elizabeth Prater aseguraba haber oído un fuerte grito un: ¡Asesino!, hacia las 4 de la madrugada, proveniente del apartamento de Mary, grito que todos interpretaron que fue pronunciado por la víctima al ser atacada, pues en el acto la voz se apagó, y reinó un profundo silencio.


Eso no coincidía con lo aportado por Caroline Maxwell, que aseguraba haber estado charlando con la propia Mary Jane Kelly un par de horas antes de que apareciera el cadáver, y haberla visto alejarse del barrio, acompañada de un caballero.  Pero el juez tenía demasiada prisa, para detenerse en analizar las incongruencias.


Julia Venturney comentó que últimamente había reaparecido en la vida de Mary un antiguo novio, un tal Joseph Fleming, el cual había llegado a darle una buena paliza. Nadie se preocupó de indagar.


Mary Ann Cox explicó cómo la vio llegar a casa, borracha perdida, alrededor de las 12 de la noche, acompañada de un tipejo, más embriagado aún que ella, al que describió con todo lujo de detalles, pero al que tampoco nadie se molestó en buscar.


Sarah Lewis, contó cuanto vio desde la ventana de la casa de enfrente, donde pasó la noche sentada en una silla, puesto que su prima, a la que había ido a visitar, no tenía una cama libre para ofrecerle.



Hubo tiempo para todos, menos para el doctor Phillips. Él que tan prolijas descripciones hizo en otras ocasiones similares, fue advertido previamente por el juez Macdonald de que se limitara a decir lo imprescindible.


"Con semejante advertencia, el doctor sólo se atrevió a decir: "Señoría, la muerte se produjo como consecuencia de haber sido seccionada la arteria carótida." Dío un testimonio tan breve, tan diferente al que diera en el caso de Annie Chapmann, que rozó con el ridículo, y exasperó a todos aquéllos que esperaban ansiosos una aclaración minuciosa de lo ocurrido.


Los miembros del jurado llevaban horas de escuchar testimonios, y de ser traídos y llevados de un sitio a otro, sin entender por qué no se había interrumpido tan maratónica sesión, dejando el resto para otro momento. Estaban hambrientos, cansados, con sus negocios y asuntos personales abandonados. No tardaron en tomar una decisión unánime.


"Señoría, tenemos el veredicto –dijo el portavoz de todos ellos-. Hemos oído suficiente para dictar veredicto de culpabilidad por asesinato voluntario contra persona o personas desconocidas".


Ante la indignación de muchos de los allí presentes, y de cuantos supieron lo ocurrido a través de la prensa, aquella comedia disfrazada de juicio, llegó a su fin.



Al día siguiente, todos los periódicos eran un clamor de indignación por lo ocurrido. El Daily Telegraph se exasperaba, ante un juicio que se había cerrado, incluso antes de que los propios familiares de la presunta víctima hubieran siquiera reconocido el cadáver. El redactor de tal artículo llegó a amenazar con solicitar al Tribunal Supremo una nueva investigación, ya que la anterior, no sólo resultaba manifiestamente escasa, sino que estaba plagada de irregularidades.




lunes, 24 de mayo de 2010

SCOTLAND YARD Y JACK EL DESTRIPADOR


SCOTLAND YARD OPORTUNAMENTE MANIATADO Y DESCABEZADO 


Cuando, en el otoño de 1888, la ciudad de Londres viera cómo un brutal y sanguinario perturbado mental atacaba a indefensas mujeres, la policía metropolitana, y sobre todo Scotland Yard, no pasaba por sus mejores momentos.



Londres se estaba convirtiendo en una gran urbe, no era sólo la capital del inmenso imperio británico, sino que era también la capital de un país que vivía una gran transformación, motivada por el paso de una sociedad rural a una sociedad industrializada. Por todo ello, la ciudad estaba sufriendo una profunda crisis que generaba desconcierto y violencia.


De ahí que sir Henry Matthews, ministro del Interior, creyerá que la solución a los problemas que Londres padecía sólo podría resolverlos un austero militar y, con tan loable intención, hiciera venir de África a uno de los más prestigiosos generales del ejército británico, sir Charles Warren.


Aquel nombramiento estaba resultando un desastre. La formación militar de sir Charles le había imprimido una mentalidad dictatorial que, lejos de granjearle la estima de los verdaderos profesionales, entre los que se encontraba mister James Monro, su adjunto y jefe al mismo tiempo de Scotland Yard, sólo le sirvió para ganarse la falta de aceptación de sus hombres. Con tales condicionamientos, la descoordinación entre ambos cuerpos policiales era ahora mayor que nunca; entre todos cundía el desaliento y la apatía, y esto repercutía en el trabajo policial, provocando una absoluta ineficacia. Tal desaliento estaba empezando a contagiar a los propios ciudadanos, los cuales se encontraban cada día menos seguros, ya no sólo en las calles, sino incluso dentro de sus viviendas.



Por si tal situación no fuera suficientemente incómoda, el mismo día que apareció estrangulada, degollada y con el vientre brutalmente mutilado, la que todos consideran primera víctima del Destripador de Whitechapel, James Monro presentaba su dimisión, al no poder soportar por más tiempo al ingerencias en su labor policial que estaba sufriendo por parte de sir Charles Warren.



Esto no habría sido transcendente, si de inmediato se hubiera nombrado, para ocupar el cargo que él dejaba vacante, a una persona competente, pero el elegido para sustituirle no fue otro que mister Robert Anderson, el cual se encontraba gravemente enfermo, y estaba a punto de salir para Suiza, a seguir un tratamiento que le alejaría del país por unos meses.



Se hizo el nombramiento y la toma del cargo, e inmediatamente mister Anderson pidió la baja laboral. De esta forma, justo cuando más lo necesitaban, Scotland Yard no podía exigir un jefe nuevo, puesto que ya tenían uno, aunque de baja laboral.

¿Fue todo pura casualidad, o respondía a un plan calculado con frialdad, cuyo fin único era maniatar a los únicos que podían descubrir al verdadero culpable de los crímenes de Whitechapel?

Si mister Monro presentó su dimisión justo el mismo día en que apareció el cuerpo de la primera víctima, dejando a Scotland Yard descabezado, y todo el poder policial en manos de sir Charles Warren, éste hizo otro tanto -presentar su propia dimisión- precisamente el día que aparecía el último cadáver, el más destrozado y mutilado de todos, quedando de esta manera descabezada no sólo Scotland Yard, sino toda la policía metropolitana de Londres.



Ni un mes había transcurrido cuando, el lunes 3 de diciembre, se nombraba al sustituto de sir Charles, y curiosamente el elegido fue mister James Monro, ahora que todo había terminado, pero el asesino de prostitutas seguía sin aparecer.



Año y medio aguantó mister Monro en su cargo. En Junio de 1890, el ministro del Interior recibía la visita del jefe de la policía metropolitana. Nuevamente le presentaba su dimisión, aunque esta vez de manera definitiva. ¿Motivos de conciencia? Tal vez. Lo único cierto es que el matrimonio Monro partió hacia la India, en el verano de 1890, donde fundó la Misión Médica de Ranaghat.